La Lisa Rowe de Susanna Kaysen

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Desde que tengo uso de razón me ha gustado experimentar, hacer todo aquello que se supone que está prohibido, jugar con la realidad y la legalidad, pero siempre sin pasarme, al borde del abismo entre el bien y el mal. Imagino que es porque la profesión se lleva dentro aunque uno no lo sepa, pero lo cierto es que siempre he sido así. Por eso cuando Maddie llegó a mi vida como un huracán, arrasando con todo a su paso, rompiendo esquemas y rutinas, no me importó, al contrario; fue como un impulso, una bocanada de aire fresco cuando estaba en medio de la ciudad, inspirando una mezcla de humo gris desilusión y los vapores de la desmoralización.




Maddie era más que una amiga, con ella aprendí a manejar a la vida para que no me jodiera tanto, aprendimos a jugar con el tiempo y el cuerpo, en todos los sentidos, llevándolo a estados de verdadera desesperación pero también averiguando nuestros límites y los placeres más ocultos. Con ella bailé, mucho, muchísimo, nos escondimos por los lugares más recónditos de la ciudad, conociendo lo desconocido. Descubrimos que morderse el labio no tiene por qué ser sexy, en cambio hacer café un domingo en pijama sí. Vimos muchas veces las estrellas y otras tantas ver salir el sol, alcanzamos un nivel de confianza que derivó en una intimidante dependencia, que por mucho que uno necesite llega a ser desgarradora, como una mariposa que aletea constantemente en tu estómago y no cesa hasta que pisa sobre seguro. Poco a poco desgasta, pero antes todo era mágico, te llevó hasta lo más alto y cuando tocaste el cielo te tiró de allí sin darte instrucciones o un paracaídas. Entonces desistes.


Pero a pesar de todo, no lo cambiaría por nada del mundo, porque gracias a eso, soy lo que soy hoy, aunque en algún momento hubiera preferido morir y dejarlo todo atrás. Enseñamos y aprendimos que la vida, puede ser la hostia y si algún día lo fue puede volver a serlo.


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