Hoy, por primera vez he sentido que podía perderte. He rozado el abismo con las yemas de los dedos, he sobrevolado el aturdido mar de la soledad, me ha mojado los labios la rabia del ángel de la desdicha, y por varios minutos he creído morir. En esos minutos he flotado sobre el dolor, la rabia, la pena, la culpa, la soledad y las ganas de dejarme ir. Es tanta la fuerza que ejerces en mi...ojalá pudieras sentirla, es tan pura, tan viva y tan fugaz, es avispada, asustadiza y mordaz. Puedes hundir a este barco con un simple aleteo.

Eres mi heroína, mi talón de Aquiles, mi aspirina. Eres mi china en el zapato, mi cruz y mi ruina. Pido clemencia y perdón, un sentido amor le mando a cambio mi señor.

Recuerdo perfectamente la primera vez que te vi, y aunque no te lo creas, supe en aquel instante, que algún día nos conoceríamos mejor. Recuerdo también nuestra primera mirada, intensa y fugaz, voraz y misteriosa. Prométeme que jamás perderemos intensidad, que por muy mal que nos vayan las cosas siempre estaremos dispuestos a avivar la llama. Prométeme también, que me recordarás con tu sonrisa torcida cuando llegue el día, que me olvidarás sin odio y sin rencor.

Pero hasta que llegue ese día, prométeme que estarás a mi lado, tranquilo, yo estaré al tuyo, dándole alas a tus ilusiones, recogiéndote cuando te caigas y besándote las heridas después. Prométeme que seguiremos haciendo malabares con las estrellas cuando oscurezca y no estemos cansados, que tu mirada no perderá ese mágico brillo al verme, que tus sonrisas más bonitas serán para mi y que podré seguir robándote las cosquillas.

Tenemos muchas primeras veces, no tengamos jamás las últimas.