El paquete
Mia no estaba preparada para recibir aquel paquete, no
después de tanto tiempo, pero eso el cartero no lo sabía, así que cuando llamó
al timbre sonriente como de costumbre y le pidió que le firmara el albarán no
reparó en su expresión al leer el remite, por lo que no pudo entender el
“váyase a la mierda” que Mia le contestó después de preguntarle “¿Todo bien
vecina?”. Recogió el paquete enfadada y se metió en la casa dando un portazo.
Dejó el paquete, perfectamente envuelto, encima de la mesa
de café del salón, se sirvió una copa de whisky y se sentó en el sofá delante
del misterioso bulto. Leía el remite una y otra vez, sin parar “Jorge Bosés” al
que un día había conocido como Jota. Le dio un trago a la copa armándose de
valor y rasgó la primera capa de cinta que envolvía la caja. Como vio que
probablemente tardaría una eternidad si intentaba abrirlo con las manos, se
acercó al escritorio y sacó unas tijeras del primer cajón. Cuando hubo quitado
toda la cinta de embalar suspiró y cerró los ojos, cogió las dos solapas de la
caja de cartón y las abrió.
La última vez que se le había acelerado el pulso de esa
manera había sido la última vez que había visto a Jota, en mitad de la calle,
empapado por la lluvia y con la cara amoratada, gritando y llorando de la desesperación
con el amanecer pisándole los talones sin darle tregua para esconderse. Dentro
del paquete había un sobre con su nombre “Mia” , una cajita de madera vieja y
tres cuadernos negros de tapa dura. Cogió primero el sobre sin poder dejar de
temblar, sacó la carta y la leyó en voz alta pese a estar sola.
Hola Mia, aunque lo he
intentado no he dejado de pensar en ti todo este tiempo, no ha sido fácil, pero
si has recibido esto es porque he muerto, sí, muerto. Lo siento, pero todos
sabíamos que más tarde que pronto me llegaría el día. Quería que lo supieras,
que no pudiera quedarte la duda de verme acechándote tras las sombras, que si
pensabas en mí fuese en pasado y espero que con una sonrisa.
Espero que esto
despeje las dudas que puedan quedarte
Te quiere
Jota
Una lágrima se deslizó por sus mejillas y llegó hasta el
labio, apretó los puños y se secó las lágrimas que bailaban en sus ojos
mientras respiraba lo más hondo que sabía. Cogió la cajita de madera y la
abrió, dentro había una pulsera de cuero, una foto vieja y una margarita seca.
Un nudo se instaló en su garganta y sintió que el estómago se le comprimía al
mínimo, dejándola sin aire y obligándola a sentarse. Ella guardaba la misma
pulsera de cuero en otra caja vieja, se la habían comprado en su primer viaje
juntos. La sacó con cuidado y la puso a su lado en el sofá. En la foto salían
los dos en la fiesta de su veinte cumpleaños, abrazados y sonriendo. Acarició
la cara de Jota con la yema del pulgar y se mordió el labio al mirar la
margarita seca, que en su día había pertenecido al campo de detrás de la casa
de sus padres, donde solían ir a ver las estrellas.
Los recuerdos, las caricias, las miradas, el dolor y la
soledad se abalanzaban sobre Mia superándola y obligándola a sucumbir al llanto
una vez más, hasta quedarse inconsciente.
Cuando recobró el sentido notó la cara hinchada, lo estaba,
tenía las mejillas a punto de explotar, los ojos llorosos y la nariz encendida.
Bebió del vaso de whisky y se incorporó, cogió los tres cuadernos de la caja y
abrió el primero. Era un diario, abrió los tres para saber cuál era el primero,
la fecha más antigua era el cuatro de octubre de 2011, justo una semana después
de que se vieran por última vez.
Empezó a leer día tras día, de vez en cuando
paraba para coger un cigarro, ir al lavabo o servirse más whisky, pero nunca
para comer, no recordaba lo que era eso. Ninguna palabra de aquellos diarios la
dejó indiferente, cuando no le provocaban una congoja difícil de explicar,
sonreía encajando los gestos que hacían a Jota, con lo que le narraba.
En los últimos seis años, el que un día le rompió el
corazón, había recorrido medio mundo, el no poder volver a casa y ser experto
en buscarse problemas había ayudado: Inglaterra, Francia, Italia, Alemania,
Grecia, Japón, Tailandia, Argentina, Colombia, Cuba, México, Canadá, Australia,
Egipto y Marruecos. Quince países en
seis años, sin parar, sin tomar consciencia, huyendo del fantasma de Mia, que
iba con él hasta el paraje más recóndito de la tierra. Corría, pero no escapaba
jamás, se ahogaba con el dolor a cada paso y cuando ya no lograba respirar, empezaba
a caminar cada vez más rápido hasta que sentía alivio.
Sólo había existido una mujer más en su vida, Carla una Romana
que había acompañado a Jota en sus viajes desde su paso por su ciudad natal. No
es que tuvieran una relación sentimental, pero se acostaban de vez en cuando y
se hacían compañía en los momentos difíciles. Por supuesto conocía su historia
a todo detalle, cada esquirla de sufrimiento apuñalando a sus cuerpos durante
años, cada susurro.
Cada día el fantasma
es más grande, no sé cuánto más aguantaré huyendo
Mia frunció los labios sintiendo como la culpa desplegaba
poco a poco sus alas, envolviéndola y dejándola sin aire. En un intento
desesperado por respirar miró al calendario, “2017” lo dijo para sí, como cuando
escribes la contraseña de Facebook en un ordenador ajeno. Entonces abrió los
ojos. Hacía seis años que no sabía nada de Jota, seis, sin embargo aquella
sensación había vuelto, la misma que le recorría el cuerpo durante los últimos
días. No, no se sentiría culpable porque él, el que desapareció, no supiera barrer
su recuerdo al cajón de las lecciones. Las cosas tienen un final por alguna
razón, no es que no le doliera saber que había muerto, pero no se sentiría
culpable por ello. Jota estaba roto antes ni si quiera de que Mia le conociera.
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