Nuestros incendios de nieve
Después del otoño llegó el invierno, arrasando con toda vida
a su paso, llenando de nieve cualquier resquicio de color. Pero en lugar de
frenar los volcanes en erupción, los incendió apagando pasiones, encendiendo
amargura y tú y yo que escribimos mil historias en las estrellas, ahora nos
empeñamos en quemarlas y no dejar ni un indicio de su existencia. Las caricias
en la piel se convirtieron en heridas, los abrazos cálidos se volvieron fríos y
donde antes los besos alimentaban ahora se mueren de hambre. La música se hizo
silencio, los dúos sonaron solos y las palabras solo se oían en el campo de batalla,
ametrallando en el dolor.
Nos limitamos a callar, todo el tiempo, pero cuando uno abre
la boca el otro ataca, sin miedo, tal vez hasta sin motivo, pero lo hacemos sin
pensar en lo que vendrá después: el silencio aterrador, la distancia, el dolor.
Perdimos hace tiempo, sin embargo ninguno se rinde, resistimos ante el abismo
que nos absorbe sin remedio alguno. Tal vez alguien nos encuentre perdidos y
nos recoja, nos devuelva la calma y cure nuestras heridas acabando con nuestro
particular y eterno invierno. Tal vez no. Puede que hasta consigamos hacerlo
nosotros solos, juntos de nuevo y confiando el uno en el otro, pero lo dudo.
Llegados a este punto, lo menos doloroso será dejar que las llamas se apaguen y
volar.
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