Soft
La primera vez que la vi era mediodía, íbamos en el tren y
ella estaba sentada al lado de la ventana. Los rayos de sol se colaban entre
sus mechones de pelo rubio y resaltaban sus ojos verde oscuro; se mordía los
labios mientras leía un libro y cruzaba las piernas cada dos paradas – a la vez
que se ajustaba el short vaquero de tiro alto –. Yo la observaba dos asientos
más allá mientras escuchaba música en mi Ipod, me fascinaba su manera de
resplandecer ante tanta normalidad, lo hacía como si no se diera cuenta de lo
maravillosa que era. Pero llegué a mi parada y ella no bajó.
La segunda vez era de noche, estábamos en una discoteca en
la playa y ella bailaba en el centro de la pista como si no hubiera otra cosa
más importante sobre la faz de la tierra. La miré un par de veces para
asegurarme de que era ella, pero no podía haber nadie más en el mundo que tuviera
esa mirada de estar segura de todo y a la vez perdida. Esta vez llevaba un
vestido blanco que se movía tanto o más que ella, cogí mi cerveza y me acerqué
como si fuese un imán y yo un trozo de hierro.
No pude evitar bailar, era algo que a mí también me gustaba
– especialmente si era en locales oscuros y llenos de humo –. Durante un
instante se alinearon las estrellas y cruzamos miradas, entonces empezó a sonar
una de mis canciones favoritas I follow rivers y no pude contener uno de los instintos más primitivos,
la euforia. Salté y empecé a moverme al ritmo de la música, mirándola a los
ojos sin importarme nada. Sonreía, no podía evitarlo. Entonces sentí una
caricia en el brazo, me giré y la vi, se reía y me miraba mientras bailaba
conmigo. Yo la admiraba sin poder creerlo. Nos cogimos de las manos y las
levantamos, jugando con los dedos, mordiéndonos los labios.
Nos acercamos y tras una intensa mirada nos besamos. Sentí
cómo un rayo recorría mi espalda y se instalaba en mi estómago convirtiéndose en
un hormigueo incesante. Su lengua acarició la mía con milimétrica perfección,
sorprendí a sus manos al recorrer mi espalda mientras las mías descansaban en
su cintura, aguantando el equilibrio. Bailamos descubriéndonos y disfrutando de
un instante tan mágico como su protagonista, dejándonos llevar sin importar el
qué o el quién. Sabiéndonos hechizadas por la embriaguez y el cuerpo.
Pero entonces las luces se encienden y la magia de
desvanece. Pero esta vez, al encenderse las luces sentí una mano agarrada a la
mía, una mano que me acompaña a la puerta y me lleva a casa, me desnuda y hace
conmigo lo más maravilloso del mundo. Una mano que me acaricia el brazo al
despertarme, una mano que desde aquel día, sigue a mi lado.
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