Hace ya rato que la luz de la luna intenta colarse entre las nubes grises que encapotan el cielo, amenazas de tormenta en esta época perfecta. Han dejado de oírse las gaviotas y empieza a necesitarse un jersey cuando oscurece. El silencio reina en la calle. Me abruma la espera, tanto, que repaso cada segundo compartido y juego a imaginar los que vendrán. Tres semanas y un día, esa es mi condena, lo que queda de ella. Suspiro y cierro los ojos, si me concentro puedo oír como el humo de mi cigarro se mezcla lentamente con el viento.

Tengo sueños extraños, sin sentido, y si lo tienen no los he logrado descifrar. Llegaron contigo, pero no te culpo, siempre me ha gustado el misterio. Me encanta la ilusión, el desengaño, el drama, tanto, que a veces creo que me he convertido en uno. La noche ayuda y la soledad también, que pesa aunque me cueste reconocerlo.

A estas alturas debería saber que esto nunca sale bien, que siempre juego a adivinar el futuro y este, siempre acaba decepcionándome. Debería dejarme de ilusiones y de sueños, pero no puedo evitar ser así, tarde o temprano siempre vuelvo al juego.

La primera gota de lluvia golpea el suelo con fuerza y tras ella vienen más. Cierro la ventana y me echo en la cama. Miro al techo mientras el sonido de las gotas repiqueteando contra el suelo se adueña del momento, envolviéndome sin prisa. Supongo que es suficiente por hoy.